miércoles, 29 de enero de 2014

Pretérito presente // 'Dicha' de Agustín González Goytía


A pesar de la distancia en el tiempo entre la inauguración de la muestra y esta reseña, valía la pena ser escrita por el valor estético de "Dicha", del artista Agustín González Goytía, que fue inaugurada en la Galería Rusia el pasado diciembre de 2013.

Fotos: Pablo Masino
Al entrar a la galería inmediatamente se percibe una sensación conocida, pareciera que se ingresa a un hogar de barrio sur, a una típica casa antigua, pues la luz de la lámpara de pie ubicada en una de las esquinas de la sala blanca, junto a otras lámparas, iluminan acogedoramente todo el espacio. En esta sala el artista presentó una instalación que consiste en varios dibujos -o pinturas, según distinto criterio- dispuestos directamente sobre la pared y dialogando con distintos objetos: una escalera de madera y un par de zapatos masculinos -muy elegantes- "subidos" a esta, un traje colgado en una percha, adornos de metal, utensilios y un escritorio también cubierto de dibujos; todos objetos que parecen haber sido recogidos del pasado, más que de la casa de la abuela, o materna, o de amigos. Pero sigue tratándose de un pasado familiar y cercano. En los dibujos se pueden ver recortes de lugares y objetos que tienen ese mismo aire a un tiempo pretérito.

El negro como valor tonal es otro elemento que atraviesa la muestra. Está presente en la tinta de los dibujos, en el pleno negro del fondo del bastidor, en los distintos objetos de la sala. O quizás sea más apropiado hablar de la monocromía, pues es notoria la ausencia de color en el conjunto, incluso todos los objetos fueron elegidos atendiendo a esto, por la neutralidad del metal o la madera. Con esta monocromía resulta, de alguna manera, despejar cualquier distracción que pudiera atravesarse entre la percepción de algo que va más allá de lo visual y el espectador que lo contempla, de algo que se activa en él al transitar ese espacio. Hay algo que sucede al vincular la iluminación con los lugares dibujados, con los adornos de otra moda, con una escalera usada: el espectador accede a una experiencia de otro tiempo-espacio caracterizado por la familiaridad presente en la instalación, que aunque sea la del artista, puede ser la de cualquier persona. Y por qué no hacer uso del nombre de la muestra y arriesgar que se trata de aquel tiempo-espacio dichoso.

En la sala negra de la galería, el negro tiene presencia absoluta. No hay nada para ver más que la oscuridad total, pero en la presencia de esa oscuridad aparece un sonido que se percibe cada vez más cercano. Es el paso agitado de un caballo que 'pasa cerca'; el sonido envuelve ese espacio negativo, y con toda efectividad el artista logra aquí una experiencia de 'recuerdo'. Parece entonces que se ingresa a la memoria y se hace presente el recuerdo del caballo que galopaba por la calle, porque lo único que hay es sonido, y la imagen -lo visual- aparece en la memoria, en la imaginación del espectador. Quizás de un caballo que vieron cuando eran niños o que vieron el día anterior, pero pareciera ser más el recuerdo de estar dentro de la casa propia y escuchar el caballo que pasaba por afuera. Entonces se trata de una experiencia del pasado que se hace presente en una instalación sonora que por sus efectos resulta concreta pero muy efectiva.

En general, la muestra está atravesada por esas constantes: el pasado, el recuerdo, la nostalgia de ese pasado, la negritud -como la menciona Alberto Passolini en el texto curatorial-, la monocromía; todas estas, presentes en ambas instalaciones cuidadosamente meditadas, logran generar en el espectador una experiencia estética de mucha efectividad y autenticidad.










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