martes, 4 de marzo de 2014

Un jardín secreto // 'Maleza' de Valentía Díaz



Ni bien el espectador sube las últimas escaleras de la casona de las calles Maipú y San Juan, esas que llevan a la terraza, se divisa en una de las habitaciones maleza verde y de varios colores, colores que resaltan aún más por la iluminación.

El tránsito ascendente hacia la terraza y el hecho de atravesar un amplio espacio que corresponde a la misma, completamente abierto, por encima de muchos techos y cubierto sólo por el cielo, ya prepara de algún modo al espectador, como si estuviera incursionando en un lugar antiguo, re-descubriéndolo, tan sólo para volver a descubrir que algo más lo esperaba allí arriba. A medida que la cercanía hasta la pequeña sala de exposición se hace más corta, la excitación aumenta; y al entrar a la misma golpea de manera brusca una masa de aire tibio y húmedo. Macetas de distintos tamaños, formas, algunas más nuevas, otras más viejas, son el soporte de esta maleza de interior. Una maleza muy ordenada y vistosa, por cierto, nada desagradable. Un plástico transparente atraviesa todo el techo de la sala, es la superficie donde se concentran las pequeñas gotas de humedad, producidas por la respiración de ese tumulto de vida vegetal que invade una de las esquinas de la habitación. Un "sendero" despejado frente a la puerta y hacia uno de los laterales invita a compenetrarse más allá del primer paso dado adentro del lugar.

Pero las sensaciones no se detienen en la percepción de los colores, de la humedad y el calor. A medida que el espectador avanza, percibe un extraño y fuerte olor. "Es olor a murciélagos", se escucha de alguien que comenta en la sala, mientras se disputa un espacio con otros espectadores para poder observar y transitar la instalación. Y el detalle de lo inesperado, el "monstruo" en un rincón, esperando escondido entre las plantas; una maraña de cabello de la artista que, entre asomándose y escondiéndose, no deja de impactar a todo espectador que se encuentra con él.

En cierta manera, 'Maleza' comporta una reflexión sobre la naturaleza y sobre la vida, en relación al hombre y a sus propias formas de vida. ¿Cuál es el poder, o el límite del poder, que tiene el hombre sobre la vida, sobre cualquier otro ser vivo? La belleza sobrecogedora de un espacio arquitectónico "tomado" por muchas plantas habla de una manera muy sutil del vínculo, del cuidado quizás, de la relación con otra esfera que no es ya la humana, pero que está completamente culturalizada: las plantas están todas en macetas, son plantas elegidas, quizás autóctonas, pero más probablemente foráneas. Esta cuidada maleza transforma de manera única un espacio por demás común, insignificante, una habitación que puede ser la de cualquier hogar o de cualquier edificación, pero que en esta transformación adquiere una nota atractiva, misteriosa, sobrecogedora en el mejor de los sentidos, porque inesperadamente la vegetación, en manos de una artista, se apropió del lugar.





















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